Ética
De inmediato es necesario aclarar que si bien el valor de una acción está determinado por el conocimiento común de una comunidad, esto no implica, bajo ninguna circunstancia, que la ética de Rossellini proponga un relativismo cultural. El conocimiento determina la acción, y este, a su vez, tiene bases comunitarias, es cierto. Pero dado que esta base comunitaria debe ser confrontada con la experiencia personal y una búsqueda activa, el conocimiento es responsabilidad individual. Por otra parte, Rossellini vivía tal concepción en carne propia, y aceptaba – al menos como base – el conocimiento de su comunidad como el conocimiento. Su ética no es en absoluto relativista. Es innegablemente etnocéntrica.
Un buen ejemplo de la importancia de esta base comunitaria en el propio conocimiento de Rossellini y en la ética de su obra es el tratamiento que la homosexualidad recibe en ella, un tratamiento en clara concordancia con los peores prejuicios reaccionarios de su época. El ya mencionado personaje lesbiano de Roma, ciudad abierta, el profesor pederasta de Alemania, año cero y el bisexual arrivista de Anima nera (el título lo dice todo) son presentados como la encarnación de la desviación, la perversión y la corrupción, casi como el mal en estado puro; contradiciendo la entusiasta pero no muy crítica afirmación de Guarner respecto de que Rossellini “siempre hizo de no juzgar a sus personajes una ley” (clásico ejemplo de las inducciones apresuradas que todos los críticos hacemos cuando necesitamos pregonar, vaya uno a saber por qué, que además de ser un buen director de cine nuestro sujeto era una buena persona).
Aun así, estas caricaturas no son el peor tratamiento que a gay y lesbianas se nos da en su obra, ya que incluso demonizadas y marcados como otr@s indeseables, todavía estamos ahí, presentes, diferentes, queer. El peor es todo lo contrario: la completa exclusión de la homosexualidad del telefilm Sócrates (1970). Toda esta serie para la televisión fue presentada por Rossellini – y por los críticos simpatizantes – como una reconstrucción seria y fidedigna de la historia. Si tal era el objetivo, al esconder la homosexualidad del filósofo, Rossellini condenó el proyecto Sócrates al fracaso absoluto: no solo falla en la representación de la biografía de su héroe sino también en la de su tiempo, dado que ninguna reconstrucción seria de la sociedad ateniense puede darse el lujo de evitar el papel clave que las relaciones masculinas tenían en ella (desde la educación política de los jóvenes a la opresión de la mujer, es decir, un machismo más sincero y menos sublimado). En cuanto a la exposición del pensamiento de Sócrates, que algunos críticos podrían señalar como el verdadero propósito del proyecto, es suficiente prestar atención a la mutilación del Fedro de Platón (por no mencionar la ausencia de su hermano gemelo, El Banquete). No obstante, Rossellini fue más allá. En flagrante contradicción con cada pieza, hasta la más mínima, de los testimonios (de Platón y Jenofonte, básicamente) en que se basaba la película, la esposa del filósofo, Jantipa, retratada como una buena esposa cristiana, recibe tal relevancia y presencia que Sócrates termina siendo casi (después de todo, es Sócrates) heterosexual, un hombre de familia. Esto es mucho peor que presentar figuras gay negativas, ya que esta exclusión, que borra nuestro deseo de la historia de la cultura, constituye exterminio textual… y no es necesario recordar quien murió asesinado muy pocos años después en Italia para señalar que, incluso hoy, el exterminio está lejos de limitarse a lo textual.
No obstante, sin importar cuán odioso e insoportable sea para mí (o para el lector), este tratamiento es completamente coherente con la concepción que Rossellini vehiculiza del conocimiento y la ética basados en la doxa. Si se simplifica el problema y se sostiene que sus telefilms son reconstrucciones escrupulosas de importantes momentos históricos de la evolución del conocimiento (o la civilización) no es posible discutir su importancia ni su significado. Afortunadamente, no es necesario ir más allá de la obra de Rossellini para encontrar una respuesta.
4. Guarner, 1985.
5. Esto, por supuesto, partiendo del mismo supuesto que Rossellini; es decir, que el pensamiento socrático puede ser reconstruido a partir de los diálogos platónicos. A decir verdad, el punto conoce una larga controversia entre los especialistas (que Rossellini no ignoraba).
Un buen ejemplo de la importancia de esta base comunitaria en el propio conocimiento de Rossellini y en la ética de su obra es el tratamiento que la homosexualidad recibe en ella, un tratamiento en clara concordancia con los peores prejuicios reaccionarios de su época. El ya mencionado personaje lesbiano de Roma, ciudad abierta, el profesor pederasta de Alemania, año cero y el bisexual arrivista de Anima nera (el título lo dice todo) son presentados como la encarnación de la desviación, la perversión y la corrupción, casi como el mal en estado puro; contradiciendo la entusiasta pero no muy crítica afirmación de Guarner respecto de que Rossellini “siempre hizo de no juzgar a sus personajes una ley” (clásico ejemplo de las inducciones apresuradas que todos los críticos hacemos cuando necesitamos pregonar, vaya uno a saber por qué, que además de ser un buen director de cine nuestro sujeto era una buena persona).
Aun así, estas caricaturas no son el peor tratamiento que a gay y lesbianas se nos da en su obra, ya que incluso demonizadas y marcados como otr@s indeseables, todavía estamos ahí, presentes, diferentes, queer. El peor es todo lo contrario: la completa exclusión de la homosexualidad del telefilm Sócrates (1970). Toda esta serie para la televisión fue presentada por Rossellini – y por los críticos simpatizantes – como una reconstrucción seria y fidedigna de la historia. Si tal era el objetivo, al esconder la homosexualidad del filósofo, Rossellini condenó el proyecto Sócrates al fracaso absoluto: no solo falla en la representación de la biografía de su héroe sino también en la de su tiempo, dado que ninguna reconstrucción seria de la sociedad ateniense puede darse el lujo de evitar el papel clave que las relaciones masculinas tenían en ella (desde la educación política de los jóvenes a la opresión de la mujer, es decir, un machismo más sincero y menos sublimado). En cuanto a la exposición del pensamiento de Sócrates, que algunos críticos podrían señalar como el verdadero propósito del proyecto, es suficiente prestar atención a la mutilación del Fedro de Platón (por no mencionar la ausencia de su hermano gemelo, El Banquete). No obstante, Rossellini fue más allá. En flagrante contradicción con cada pieza, hasta la más mínima, de los testimonios (de Platón y Jenofonte, básicamente) en que se basaba la película, la esposa del filósofo, Jantipa, retratada como una buena esposa cristiana, recibe tal relevancia y presencia que Sócrates termina siendo casi (después de todo, es Sócrates) heterosexual, un hombre de familia. Esto es mucho peor que presentar figuras gay negativas, ya que esta exclusión, que borra nuestro deseo de la historia de la cultura, constituye exterminio textual… y no es necesario recordar quien murió asesinado muy pocos años después en Italia para señalar que, incluso hoy, el exterminio está lejos de limitarse a lo textual.
No obstante, sin importar cuán odioso e insoportable sea para mí (o para el lector), este tratamiento es completamente coherente con la concepción que Rossellini vehiculiza del conocimiento y la ética basados en la doxa. Si se simplifica el problema y se sostiene que sus telefilms son reconstrucciones escrupulosas de importantes momentos históricos de la evolución del conocimiento (o la civilización) no es posible discutir su importancia ni su significado. Afortunadamente, no es necesario ir más allá de la obra de Rossellini para encontrar una respuesta.
4. Guarner, 1985.
5. Esto, por supuesto, partiendo del mismo supuesto que Rossellini; es decir, que el pensamiento socrático puede ser reconstruido a partir de los diálogos platónicos. A decir verdad, el punto conoce una larga controversia entre los especialistas (que Rossellini no ignoraba).
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